Te gritan desde sus inflados pulmones
una mujer en cinta y sus treinta fantasmas
te llaman desde sus amados abismos
que no conoces porque tu sólo ves al cielo,
no quieren ser extraños
ni asombrarte para la muerte
pues ellos conocen el mundo desde sus inicios
y sus voces sólo pretenden consolarte
en este instante, sin necesidad
de traducir dos mil palabras y
con la creciente luz de los que no ven nada.
Son desconocidos que avanzan
con amor entre sus manos
tan diferentes y extrañamente huesudos
pero sin esa sebosa fealdad
particular de los hombres.
Ellos sólo quieren no negar la caridad
ni sus temblores imperceptibles
necesarios para todo lo falso,
sólo quieren manifestarse en tu corazón
aunque sus voces que lamentan te sean extrañas
para que puedas entonces contenta
por fin sonreír a tantas feroces sombras
y puedas dejar de ser
un cuerpo amoratado por la asfixia
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